El Cementerio de las Palabras

Hoy de nuevo cerraremos los ojos esperando con devoción una nueva noche ártica y del negro más puro -no como el de la oscuridad sino como el del ébano-. Así nuestros pulmones se anegan en un sueño, que envenena y que sana. Sueños de noches árticas, que envenenan y que sanan. (Cierra los ojos. Escucha en la oscuridad como resuenan las cajas de música. Inténtalas parar.) Nacho Vegas

jueves, agosto 24, 2006

Vacío

Voy por el segundo día de trabajo, tras mis vacaciones. Conduzco por la Gran Vía, está prácticamente vacía, todo el mundo está fuera. Y me embarga una extraña tristeza, me da la impresión de que el verano ya ha terminado. Incluso noto cierto fresquito para ir solamente con una camiseta sobre la moto. Me imagino la gran avenida atestada de coches, ruido, colapsada y el frío del invierno cortándome con sus cuchillas invisibles en la cara, aunque me encuentro sólo cruzando este semáforo. Todavía queda más de un mes de buen tiempo, de lo que podríamos denominar “verano”, pero no sé, tengo como un vacío en mi interior.
Llevo todo el año esperando con ansias poder marcharme de vacaciones, romper un poco con la rutina semanal y ahora que he vuelto parece que todo haya terminado demasiado deprisa. Quizás se deba a una sensación de incompleto disfrute de este viaje estival: mucho tiempo perdido por casa, deambulando sin provecho de un lado a otro del pueblo, todo unido a una meteorología que nos ha sido desfavorable casi hasta el final y a una nula independencia por no poder llevar mi propio vehículo, que no me ha permitido poder disfrutar de las vacaciones tal y como yo deseaba, -aunque de todas formas me lo he pasado bastante bien y me ha dejado una puerta abierta para un próximo viaje-.
Pero lo que siento ahora no creo que esté directamente relacionado con este hecho. Más bien lo enfocaría en otra dirección, en la sensación producida cuando acabo de leer un buen libro o una película que me ha gustado lo suficiente para engancharme, queriendo más, viviendo el momento y de repente se acaba todo. Ya está, y el final ha sido bueno –o al menos interesante-, pero desearía no haber llegado nunca hasta allí y haber continuado perdiéndome en su historia, su desarrollo, inflando mi imaginación, mi fantasía, mi placer. Y entonces me queda un sabor de boca agridulce, de felicidad y pena, porque he disfrutado pero aunque tenga la oportunidad de releerlo o verla de nuevo, sé que nunca será igual que la primera vez.
Dentro de poco dejaré de oír el grito de las golondrinas surcando el aire y todo volverá a ser un poco más gris y los días desaparecerán por el horizonte, sin darme cuenta, pensando en un próximo verano.


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