El Cementerio de las Palabras

Hoy de nuevo cerraremos los ojos esperando con devoción una nueva noche ártica y del negro más puro -no como el de la oscuridad sino como el del ébano-. Así nuestros pulmones se anegan en un sueño, que envenena y que sana. Sueños de noches árticas, que envenenan y que sanan. (Cierra los ojos. Escucha en la oscuridad como resuenan las cajas de música. Inténtalas parar.) Nacho Vegas

martes, junio 06, 2006

Condenado.Crónicas de luna llena.


Desdicha de aquel día, sin luz en su destierro.
El vagar eternamente entre muertos vivientes,
almas perdidas, cuerpos infieles, almas corruptas.
Era su condena, y él lo sabía.

Despreciado por su condición, maldijo el mundo que le vio morir,
renegó del Dios que no le concedió perdón,
de ser lo que no eligió.

Templada noche.
Él le regaló su acogedor abrazo,
como nunca antes. Sensación única.
No es oro, lo que en su rostro se refleja.
Redondeada plata, resplandeciente en lo alto de la nada.

Él tenía los ojos enrojecidos,
como el más violento atardecer, el más violento anochecer.
La vela se apagó cuando él lo mandó.
Era su condena.

Un grito al cielo, una oscura agonía,
lágrimas en los cristales.
Ella pagó el precio, desgraciado cruces de caminos.
La desgarró poco a poco,
desde sus piernas,
hasta lo más profundo del alma,
le dejó su huella.

Ella le suplicaba piedad,
él la miraba con frialdad,
sus ojos también lloraban,
por los pecados cometidos.
Puso fin al calvario,
la mató,
era su condena, él lo sabía.

Él desapareció por el enjambre de alquitrán.
La soledad su mejor amiga.
Sale el sol por un firmamento turbio y gris.
Desgraciado otro nuevo día.

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