El Último Viaje de Das Boot
El aire se llena de una densa sensación de tristeza mientras observo el infinito mar que se pierde en el horizonte aquí, sentado en el andén de una estación de tren. Enfrente, una juventud perdida en vicios monta alboroto ajena a mi pequeño drama personal.
La nave arrancó a la primera, tal y como últimamente me obsequiaba. Tras unos viajes a mi ritmo de pedal, el poderoso corazón de la máquina que se mantenía en pseudo letargo por fin comenzaba a despertar ante mis exigencias. Nada más dirigirla por vez primera pude advertir en seguida que tenía un gran potencial, ese empuje que tanto me gusta de los motores a gasolina, de la vieja escuela.
Un par de días antes la había vaciado de todos los enseres personales y dejaba el resto a punto para la minuciosa inspección del posible nuevo propietario, a la vez que se me escapaba algún suspiro melancólico.
El día amaneció triste, gris y húmedo, como si presagiara un momento aciago. Ya por la tarde, el sol lució fuertemente intentando calentar mi corazón, dándome ánimos para la última travesía con Das Boot. El último viaje a buen ritmo, llevando el motor en la zona que más a gusto se encuentra. Adelantando con asombro de terceros, a máquinas más poderosas pero no por ello más llenas de orgullo que la mía. Hasta que llegamos al puerto de transición. Un definitivo repaso, detalles con el patrón del puerto y un adiós.
Ahora que me voy alejando de ella, el ambiente no ha podido aguantar más y la luz de mí alrededor va decreciendo a medida que se tapa el cielo con unas oscuras nubes que descienden de las montañas. Todo va quedando negro, como mis ilusiones de futuras aventuras con ella y una pena embarga mi alma.
No sé cuanto tiempo permanecerá varada a la espera de un nuevo capitán. Espero que poco, es una lástima que grandes naves como esta se pierdan maravillosos viajes en el horizonte.
Ahora, yo me quedo en tierra y pateo una piedra con el ánimo decaído por las circunstancias.
Etiquetas: Dolor
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