El Cementerio de las Palabras

Hoy de nuevo cerraremos los ojos esperando con devoción una nueva noche ártica y del negro más puro -no como el de la oscuridad sino como el del ébano-. Así nuestros pulmones se anegan en un sueño, que envenena y que sana. Sueños de noches árticas, que envenenan y que sanan. (Cierra los ojos. Escucha en la oscuridad como resuenan las cajas de música. Inténtalas parar.) Nacho Vegas

viernes, febrero 24, 2006

Tren de Medianoche


Estoy sentado en un banco de este apeadero, en el suelo dos maletas y en mis bolsillos unos guantes negros de piel que calientan mis frías manos. Al toser a través de la bufanda, el vaho que exhalan mis pulmones se mezcla con la neblina que me rodea. Todavía estoy resentido del último catarro fuerte que cogí, 40 de fiebre y dos días en cama ¿o fueron tres?.
Me levanto para entrar en calor y hay tanto silencio que mis pisadas resuenan como el rítmico tic-tac de un reloj pegado en el oído, tal como lo hace el que está colgado de la marquesina del andén. Estoy solo aquí y más que me siento al no distinguir ni una estrella ni la luna de plata en este abismo que se levanta sobre mí.
Al acercarme a la vía, las luces de las farolas proyectan una difuminada silueta que se desvanece en la pálida obscuridad. Las paralelas vigas de acero muestran claros síntomas de herrumbre y hasta la madera de los travesaños parece podrida, más por el paso del tiempo y la humedad que por el paso de los trenes. Extrañamente no se perciben las huellas de las rodaduras de metal contra metal y me pregunto si no me habré equivocado de estación. Miro de nuevo el reloj y si no fuera por ese monótono sonido que emana de su interior, juraría que está parado porque creo que marca la misma hora que hace una hora.
Repentinamente crujen las maderas en lo que parece una lucha por no astillarse y una creciente vibración se comunica por el metal enrojecido. Al fondo se vislumbra un foco en medio de toda esta niebla, como la luz de un faro alumbrando el camino a través de la noche oscura. Me echo para atrás y veo acercarse la enorme masa de hierro emanando un chirrido ensordecedor.
Abro los ojos y salgo del trance hipnótico en el que me sumía, los oídos ya no me duelen y el único sonido que me rodea es el ronroneo metálico del motor esperando pacientemente la señal para devorar los kilómetros que le separan de su destino. Giro la vista una última vez hacia el gran reloj y ya no me sorprende ver que marca la hora exacta de la llegada de mi tren.
Son las 12 de la noche y el revisor me abre la puerta del vagón. Me mira con sus ojos vacíos y me muestra su burlona y eterna sonrisa mientras me invita a subir alargándome muy lentamente su delgada mano. Con este gesto me da la sensación de que ya me conociera, posiblemente conozca a todos los viajeros de este tren, mucho antes de que ellos mismos sepan siquiera que han de cogerlo. Al subir miro hacia atrás, me dejo el equipaje, pero comprendo que a donde voy poco me va a hacer falta y entrando por el pasillo noto un ambiente cálido y agradable, y al fondo oigo una música que me es familiar. Se cierra la puerta detrás de mí y el revisor apoya delicadamente su mano en mi hombro y me susurra unas palabras al oído.
Siempre llega puntual, es el tren sin paradas, que nunca se detiene ni nunca se retrasa. Billete de sólo ida para el último viaje en el tren de medianoche.
(De la serie: Cansado de pedir perdón)

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miércoles, febrero 22, 2006

La Bienvenida


Las verjas ya oxidadas por el devenir del tiempo están abiertas, esperando la gloriosa entrada del Navegante Errante para colaborar en tamaña empresa dedicada a plasmar esos golpes inesperados de fructífera creatividad, genial imaginación y desbordante polipatetismo. Ya que somos unos pseudocreadores de historias imposibles de digerir por terceros, vamos a construir piedra a piedra, palabra a palabra, un pequeño espacio de expresión personal que a veces ni nosotros mismos entederemos pero que nos servirá para dejarnos un poco más felices en esta necesidad de contar cosas, de descargar el alma.
Saludos a todo aquel que entre por esta puerta, que no tenga miedo, la vida es más peligrosa.

El Principio


La fosa común de mi corazón se llena de cadáveres, a veces mutilaciones, que han danzado en mi mente hasta que el último hálito de vida que emanaban de su ser fue arrebatado por el Dios de la memoria y el inexorable paso del Tiempo. Ellas se amontonan allí, mirandome con ojos inexpresivos de olvido hasta que son sepultadas por otra tanda de frios cuerpos, sin sentido.
No son más que el recuerdo de bellas melodías y atormentados pensamientos que quisieron volar libres pero ni siquiera tuvieron la opción de poseer unas alas y acabaron arrastrandose por el fango del silencio. Nacieron, ahora masivamente ahora en pequeñas explosiones, en la cuna de mi alma, crecieron rapidamente y rapidamente murieron. Aunque solo unas elegidas por el don de la circunstancia y el capricho han tenido el honor de perdurar por siempre en algún rincón de mis pertenencias, a la espera de pequeños momentos de gloria, batallando entre lágrimas y sonrisas, mientras las observo con admiración, nostalgia o incluso desentendimiento.
Ya que mi boca está sellada por un fino hilo de vergüenza, inoportunidad y quebradizos aciertos solo rasgado bajo intensas dosis de exceso, utilizaré mis manos a modo de pico y pala de enterrador para dar un digno cobijo a todas aquellas que fueron y ahora serán. Yacerán en una pequeña necrópolis, ordenada y silenciosa, rodeada de flores mústias y sombras alargadas, juguetes rotos y risueños rostros en descoloridas fotografías, que visitaré más a menudo que otras sangres derramadas antaño y que mi corazón no olvida pensando que el recuerdo es siempre mejor que una presencia, mucho mejor que el compromiso. Todo ello será mi camposanto particular.
Así qué bienvenido, bienvenida a El Cementerio de las Palabras.