Caldo de Pollo
A veces Mónica trae comida de casa de sus padres. Hace poco trajo una fiambrera con cocido de pollo –o algo así- y la metió en la nevera para que lo comiéramos un día de estos. Pero como siempre pasa con este tipo de comidas y más tratándose de ella, es que se echan a perder. Entre que se le olvida que está en el frigorífico y a mi, que la verdad es que el pollo no me fascina mucho y menos en caldo, sumándole que además lo ha hecho una buena señora que yo no conozco mucho -aunque sea mi suegra- pero que no cocina como mi madre (y mi madre tampoco es que sea la rehostia como cocinera, ¡eh!). Entonces estamos en que el otro día se le ocurre calentarlo en una olla y mientras se va cociendo me dice: -Oye, a ver si hueles esto porque me parece que no está muy bien. Yo que lo huelo con cara de asco, y aunque hubiese estado bueno de veras, pero ya venía predispuesto a hacerle ascos. La cuestión es que no olía lo que se dice muy bien, aunque todavía no tenía gusanos, ni moho, ni estaba podrido, pero no tenía buen aspecto. ¡Joder, creo que llevaba más de 1 semana allí dentro! Al final, los escrúpulos vencieron y no se lo comió. Pero la olla se tiró como 2 días encima del mármol esperando que alguno de nosotros se decidiera a tirarlo a la basura. Parece que nos diera miedo o quizás pena, cuando nos miraba con esos ojitos, porque a estas alturas creo que ya estaba empezando a generar ojos y se movía. Mónica me dijo que ya lo tiraría ella a la basura (seguramente se sentía responsable por el feo que le hacía a su madre). Y en efecto lo tiró, pero la olla se quedó otro día más por fregar –no sé porque oscuro motivo nos oponíamos a hacerlo-, y los efluvios tóxicos se movían libremente por la cocina. Finalmente, como el que no quiere la cosa, hoy me ha tocado fregar la olla con los putos restos del cocido de pollo. Y a mí que no me gusta el pollo y menos en caldo…
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