RZZ v.7.0
Después de ya hace más de un año de no entrar por allí, y no porque yo no quisiera, decidimos celebrar el triple cumpleaños de Ikki, JJ y un servidor en lo que fue mi templo de la música. Y entonces te das cuenta de que cuando te descuidas, el tiempo lo cambia todo. Cambiaron la zona de entrada, el precio (ahora más abusivo que nunca), las posibilidades de pagar. Ya no se podía fumar en la sala grande ni en la Loft, aunque más de uno nos pasamos por el forro la prohibición. Hasta la música de la sala Pop la encontré más buena de lo que normalmente pinchaban. También cambiaron nuestros hábitos y la ruta que antes salía de forma espontánea, ahora se vio forzada y acabó en la separación desorganizada de dos grupos perdidos. Abrieron una zona exterior que nos creó la confusión y fue el origen del desbarajuste, al ir una gente para allí y los otros para el otro lado. Eso y que ya se empezaba a notar el efecto del alcohol en la sangre. A mi me dio por ser el guardián de la noche y no paré de dar vueltas por todos los locales hasta que conseguí dar con el grupo perdido en la sala de abajo. Allí también me di cuenta de que hasta al “dj” lo habían cambiado de sitio y lo situaron en una posición casi divina, controlando todo el cotarro desde las alturas, seguramente para que no le dieran la paliza con las absurdas peticiones. Al fin todos juntos, pude observar que lo que nunca cambiará en este sitio serán las molestas colillas pegadas en la suela de los zapatos y el asqueroso e infernal sistema de sonido de todas las malditas salas. Hubo un momento en que perdí la capacidad de poder continuar la mínima conversación con nadie porque entre el dolor de oídos y la estridencia de los altavoces era imposible escuchar nada. Así pudimos estar como una media hora y después todo se acabó. Eran las 6 y pico de la mañana y sabiamente Ed comentó que faltaba una canción de La Buena Vida para irnos todos contentos. Lo que si hubo fueron los churros del amanecer y el cansancio general que ya se atisbaba en la actitud del grupo. Todos para casa menos yo que me fui a la playa, a dar una vuelta y sentarme en un espigón. No tenía sueño, todavía. Allí me fume el último pitillo bajo el sordo sonido de las olas golpeando los bloques de hormigón. Allí perdí brevemente la noción del tiempo al conseguir no pensar en nada, hipnotizado por el movimiento del agua formando la espuma. El sol emergía en el horizonte y la actividad de los deportistas más osados se hacía notar en el paseo marítimo. Era hora de marcharse a casa. Después de todo, el tiempo pasa y nos hacemos más torpes, más lentos.
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