El Cementerio de las Palabras

Hoy de nuevo cerraremos los ojos esperando con devoción una nueva noche ártica y del negro más puro -no como el de la oscuridad sino como el del ébano-. Así nuestros pulmones se anegan en un sueño, que envenena y que sana. Sueños de noches árticas, que envenenan y que sanan. (Cierra los ojos. Escucha en la oscuridad como resuenan las cajas de música. Inténtalas parar.) Nacho Vegas

sábado, diciembre 29, 2007

Muerte de un Payaso

Hoy el Gran Circo ha decidido cerrar sus puertas al público, hoy no están de humor para nada. Todos lloran la muerte de un payaso. Ya no se escuchan los latigazos del domador de leones, ni los rugidos de los tigres. El encargado de limpiar las heces del elefante no tiene estomago para hacer su trabajo y los monos lloran y chillan, aunque no sabremos si por la pena o por el hambre que les acucia. La pista está desierta y el trapecio oscila por el viento, esperando unas fuertes manos que lo agarren para preparar un salto mortal en el vacío. Todos están tristes por la muerte de un payaso.
El adiestrador de pulgas acaba de sacar unas botellas de whisky y ginebra para ahogar la pena. Y las botellas van rodando de mano en mano, de boca en boca. Todos están tristes por la muerte de un payaso y todos saben que ese trago amargo que se arrastra por sus gargantas era la receta diaria de Bobo, el payaso triste y decadente que ya no hacía reír a nadie.
Porque a nadie le hacía ni pizca de gracia Bobo, ni les alegraba el corazón como al principio de unirse a la compañía, mucho antes de que Bobo encontrase a Lady Enigma con el Hombre Bala detrás de la jaula de los caimanes. Porque Bobo, el payaso, la quería tanto que se iba a casar con ella – ¿te acuerdas que te lo dijo a ti… y a ti…?- y era la ilusión que le alejaba de su locura diaria. Entonces sí sabía hacer reír. Ahora todos lloran y beben por la muerte de un payaso.
Menos el mozo sordomudo que da de comer a las fieras hambrientas. Sólo él sabe con qué los alimentó durante esa temporada de carne picada, justamente cuando la adivina y el audaz personaje que salía disparado del cañón se marcharon para no volver nunca más, sin dejar una nota ni llevarse sus enseres. Porque Bobo le cerró la boca al pobre chico para siempre con el miedo y la pesadilla de sus ojos inyectados de odio y locura, y sus manos goteando la sangre aún caliente sobre la sierra de hoja oxidada que no paraba de mover frenéticamente mientras reía como una hiena. Todos lloran y beben por la muerte de un payaso.
Por Bobo, cuando se caía redondo en mitad de una actuación y hacía reír a los más pequeños, hasta que la banda de los bomberos enanos tenía que ir a su rescate y arrastrarlo hasta un rincón para que durmiera la mona. Y los niños y sus padres dejaban de reír y comenzaban a marcharse indignados. Por Bobo, cuando insultaba a todos o les vomitaba encima cuando su hígado no era capaz de procesar más alcohol. Por Bobo, al que tenían que ir a buscar a más de un cuartelillo para pagarle la fianza, ya que la noche anterior había montado una trifulca en algún bar del pueblo, al que ya no les estaba permitido volver. Por Bobo, siempre rodeado de fulanas viejas que apestaban a sudor rancio, porque eran las únicas que se acercaban a él, aún sabiendo que igual les pagaría con una paliza. Por Bobo, al que le faltaban varios dedos de la mano debido a sus deudas impagadas en el juego. Por Bobo, por los pocos momentos en los que estaba sobrio y lleno de ira arremetía con todos, compañeros o animales, para intentar saciar el tormento que le consumía. Por Bobo, al que se encontraron esta tarde tumbado en el sucio camastro de su apestosa caravana, con la cara a medio desmaquillar, rodeado de botellas de ginebra y una gran mancha roja que emanaba de su boca.
Y es al final de la noche, cuando todos duermen la pena de la despedida, el momento escogido por el mozo sordomudo para alzar por fin una copa entre sonrisas, su primer trago en toda una vida para brindar por Bobo. Porque mañana irá a ver al director del circo y le convencerá de que él es el mejor para sustituir a Bobo. Y ya nadie llorará nunca más por la muerte de un payaso.

Inspirado en la canción “Death of a Clown” de The Kinks (1967).

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